24 de julio de 2007

El Contextualismo y el Principio de la Navaja de Occam Modificada en P. Grice

El contextualismo y P. Grice
(The Contextualism and P. Grice)

Por José E. Chaves *
Universidad de Granada


Introducción

En “Contextualism and Anti-contextualism in the Philosophy of language”, (1994), Recanati mantiene que en el debate entre contextualistas y anticontextualistas la balanza se ha inclinado a favor de los últimos gracias a un argumento que puede rastrearse, según Recanati, en la obra de Grice y que hace uso del Principio de la Navaja de Occam Modificada (veáse también Recanati 2003a: p. 154 y ss). Pero de este principio sólo no se sigue el anticontextualismo. Por eso Recanati identifica una premisa implícita en la teoría del significado de Grice, el Principio del Paralelismo, cuya aceptación hace al argumento anticontextualista falaz por petición de principio.

Hay varios puntos en la estrategia de Recanati en los que merece la pena detenerse. El primero de ellos está relacionado con la idea de que Grice comete una falacia. Esto sólo puede mantenerse si se considera que Grice acepta el Principio del Paralelismo para completar el argumento, pero dado que él no lo hizo explícitamente, como reconoce el propio Recanati (1994: p. 163), cabe preguntarse hasta qué punto es achacable dicho principio a Grice. Así, el objetivo que me propongo en este artículo es demostrar que el Principio del Paralelismo no está, ni puede estar, en Grice, que Recanati se ha inventado un enemigo a su medida.

Antes de desarrollar este objetivo presentaré, en la siguiente sección, el debate entre contextualistas y anticontextualistas, así como el argumento anticontextualista tal y como lo presenta Recanati (1994). Sentadas las bases de la discusión, en la sección tercera presentaré la explicación griceana de algunos ejemplos que puede considerarse claramente una explicación contextualista y que no le sería posible hacer si él apoyara el Principio del Paralelismo. En la cuarta sección, mostraré además que el Principio del Paralelismo es incoherente con las tesis centrales de la teoría griceana de la implicatura.

Una vez defendido que Grice no admite el argumento anticontextualista que se le achaca, concluiré que Grice es un contextualista en cierto grado, lo cual hace recomendable la revisión de los términos en los que se plantea el debate entre contextualistas y anticontextualistas.

2. El argumento anticontextualista

2.1. El debate

Lo que hace que una posición contextualista sea distinta de una anticontextualista es que en la primera se atribuye contenido veritativo-funcional (la propiedad de decir algo, de expresar un pensamiento o una proposición) a los actos de habla (proferencias en contextos) [1], mientras que desde la segunda se adscribe contenido veritativo-funcional a las oraciones del lenguaje natural.
No obstante, tanto desde la posición contextualista como anticontextualista se reconoce la distinción entre el significado lingüístico de una oración y el contenido veritativo-funcional que se expresa mediante un uso de ella. Ambas posiciones admiten una serie de fenómenos pragmáticos que intervienen cuando el significado lingüístico involucra variables que sólo pueden ser instanciadas contextualmente.

La diferencia entre el contextualista y el anticontextualista depende de que el primero admite que las oraciones son especialmente sensibles al contexto y, por ello, necesitan irreductiblemente del contexto para que puedan expresar un contenido, mientras que para los anticontextualistas la sensibilidad al contexto de las oraciones puede salvarse mediante la propuesta siguiente:
Para cada enunciado que pueda hacerse con una oración sensible al contexto en un contexto dado, hay una oración eterna que puede usarse para hacer el mismo enunciado en cualquier contexto (Recanati, 1994: p. 160).

Una oración sensible al contexto se convierte en una oración eterna si se sustituyen en ella los constituyentes deícticos por constituyentes que no lo sean y que tengan el mismo valor semántico.
Lo que niega el contextualista es que cada proposición expresada por una oración sensible al contexto pueda ser expresada por una oración eterna. Y da cinco razones como prueba de esto. La primera consiste en reconocer que no puede haber referencia sin contexto: todos los términos singulares (deícticos, nombres propios y descripciones definidas) son referencialmente contexto-dependientes. La segunda depende de la textura abierta de la mayoría de los conceptos empíricos, de modo que la predicación elimina su indeterminación semántica contextualmente [2]. La tercera tiene que ver con la dependencia contextual de la cuantificación. La cuarta hace referencia a la idea de que no siempre hablamos de un modo preciso. Por último, el tiempo verbal funciona como un deíctico. No obstante, el contextualista reconoce que estas razones generan controversia y el anticontextualista las desafía proponiendo cómo salvar la situación que impediría formular la oración eterna en cuestión [3]. La controversia en este terreno está servida [4].

Si de hecho el anticontextualismo hoy día parece más atractivo, debe ser por otras razones. En concreto, según Recanati, el ataque griceano al contextualismo es la causa de esa valoración positiva. Recanati (1994: p. 160-61) pretende mostrar que ese ataque depende de un argumento que es o bien falaz (cae en petición de principio) o bien insuficiente para desechar la postura contextualista.

2.2 La estrategia recanatiana: la falacia del argumento anticontextualista

El esquema general de la argumentación de Recanati, una vez descrito el debate y los términos en los que se produce, se puede resumir en los siguientes pasos. En primer lugar, presentar el argumento de Grice compuesto por dos premisas y la conclusión. La primera premisa es el llamado Principio del Paralelismo (a partir de ahora, por comodidad que no por afinidad política, lo denominaré PP) que nos dice:

Si una oración (sintácticamente completa) puede ser usada en contextos diferentes para decir cosas diferentes (para expresar diferentes proposiciones), la explicación para esta variación contextual del contenido es que la oración tiene diferentes significados lingüísticos -es semánticamente ambigua. (Recanati 1994: p. 161).

La segunda premisa es un principio regulativo, el principio denominado “la Navaja de Occam Modificada” (a partir de ahora, NOM) que se especifica como:

Los sentidos (significados lingüísticos) no deben multiplicarse sin necesidad. (Recanati 1994: p. 161).

La conclusión es que cualquier variación contextual de significado que pueda explicarse recurriendo a implicaturas no-convencionales, debe explicarse así.

Éste es el caso, por ejemplo, de las proferencias que incluyen la partícula “o” como (1).

(1) [A y B entran en casa y A emite:] Mamá está en el dormitorio o en la cocina.

Se podría pensar que la contribución de “o” a lo que se dice con (1) consta de dos partes. La primera es aquella que coincide con el significado que le atribuimos a su contrapartida lógica “v”, mientras que la segunda apunta a que hay alguna razón no veritativo-funcional para aceptar que el hablante no sabe en cuál de los dos lugares mencionados está su madre. Normalmente, cuando se usa una oración disyuntiva, se significa de alguna manera que el hablante no sabe cuál de los disyuntos es verdadero. Ahora bien, si se considera (1').

(1') [A, B y C juegan al escondite y B tiene que encontrar a C. Tras un tiempo considerable B requiere una pista y A emite:] Mamá está en el dormitorio o en la cocina.

Esto es, si se considera la oración proferida en (1) en un contexto distinto en el que el hablante sepa perfectamente dónde está su madre, nos encontramos que sería inapropiado decir que parte de la contribución a lo que se dice al usar “o” es el desconocimiento por parte del hablante de la localización exacta de su madre. El desconocimiento por parte del hablante de cuál de los dos disyuntos es verdadero no puede formar parte del contenido convencional de “o” porque si no (1') sería una proferencia inapropiada. Grice considera que “o” conlleva una implicatura conversacional generalizada, a saber, que el hablante no sabe cuál de los disyuntos es verdadero, que en ciertos contextos puede cancelarse. Así, la variación contextual del significado del hablante expresado por (1) y (1') puede explicarse recurriendo a implicaturas conversacionales generalizadas, un tipo de proposiciones implícitas. Aunque con las proferencias (1) y (1') el hablante dice lo mismo e implicatura de un modo generalizado conversacionalmente lo mismo en tanto la implicatura es indesligable de lo dicho, hay contextos, como el señalado en (1'), en los que se puede cancelar la información implicaturada sin que la proferencia sea ininteligible. La variación contextual del significado de estos dos ejemplos no radica en que la oración sea semánticamente ambigua porque puede explicarse recurriendo a implicaturas no-convencionales.

En los casos en los que con una misma oración se puedan expresar proposiciones distintas en distintos contextos y las diferencias entre ellas no sean explicables apelando a proposiciones implícitas, entonces la oración es semánticamente ambigua. El anticontextualismo es la posición a mantener.

Una vez delineada de esta manera la postura griceana, Recanati puede demostrar que el argumento es falaz ya que la primera premisa, el PP, supone lo que se quiere demostrar, a saber, que el contextualismo es inadecuado. Lo que rechaza un contextualista es justo el PP y su aceptación de primeras cae en petición de principio.

Pero si se elimina el PP de la argumentación griceana, señala Recanati, entonces no se puede concluir que toda variación contextual que pueda explicarse recurriendo a implicaturas no-convencionales, deba explicarse así porque el NOM, si no se añade al PP, permite explicar las variaciones contextuales apelando a procesos de interpretación pragmáticos que afectan al ámbito del decir.

De esta manera, si consideramos (2) y (2')

(2) [Una madre y su hijo están comprando en un supermercado. Al pasar junto al mostrador de la carnicería, la madre le señala un filete al niño y emite:] Este filete está crudo.

(2') [A está comiendo en un restaurante, llama al camarero y le comenta:] Este filete está crudo, tenemos que con (2) el hablante quiere significar que el filete en cuestión no se ha cocinado, mientras que en (2') lo que se señala aproximadamente es que el filete no se ha cocinado suficientemente. Esta diferencia de significado puede explicarse apelando, como en el caso de (1) y (1'), a implicaturas no-convencionales. Con (2) y (2') se diría lo mismo, que el filete no se ha cocinado, pero en (2') se produciría una implicatura no-convencional que nos indica que el filete no está suficientemente cocinado. Así, al rechazar el PP, hay disponible una explicación diferente a la que hace uso de la ambigüedad semántica y a la que recurre a las implicaturas. Así, se puede argumentar que la diferencia en lo que se dice con (2) y (2') se debe a que en (2') tenemos un uso vago de “crudo” en donde se elimina la información relativa a la propiedad de no estar cocinado, información que el contexto hace no relevante, mientras que se mantiene la información relativa a que algo crudo es incomible (Carston, 1996, 2002). Esta explicación postula que hay ambigüedad pragmática en el ámbito de lo dicho en contra de lo que afirma el PP, esto es, que la oración es semánticamente ambigua.

Una vez rechazado el PP, Recanati concluye que el debate entre contextualistas y anticontextualistas sigue abierto pues el NOM no tiene fuerza suficiente por sí solo para discriminar entre ambas alternativas [5].

3. Contraejemplos al PP en la teoría de Grice

Según el PP, si en contextos diferentes una misma oración fija condiciones de verdad o proposiciones distintas, la explicación correcta de esta variación proposicional es que la oración es ambigua. Dicho de otro modo, la única contribución del contexto es la de permitirnos escoger una determinada proposición del conjunto cerrado de las posibles proposiciones fijadas por esa oración; el contexto no juega ningún papel en la elaboración de la proposición expresada.
Por tanto, si en la obra de Grice se encuentran oraciones no ambiguas que proferidas en contextos distintos expresen proposiciones distintas, entonces se habrán encontrado en Grice casos que irían contra la propuesta que Recanati le atribuye: el PP.

A mi juicio, este tipo de contraejemplos aparecen en “Further Notes on Logic and Conversation”, cuando Grice analiza el uso “vago” de las palabras en diferentes contextos del discurso cotidiano [6]. El uso normal y el uso vago de una misma oración generan proposiciones distintas y las variaciones entre ellas no pueden explicarse, según Grice, como le ocurre a las variaciones proposicionales que en distintos contextos puede provocar una misma oración disyuntiva, apelando a implicaturas no-convencionales (recuérdese los ejemplos (1) y (1')).

Con respecto al uso vago en contextos cotidianos, Grice (1978/1989: p. 44) nos pide que nos imaginemos una proferencia como (3).

(3) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que ambos saben que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del mismo objeto, A profiere:] Ahora es verde claro y bajo esta luz tiene un toque de azul.

Con (3), señala Grice, A dice lo mismo que si considerásemos lo que dijo en (4).

(4) [Dos individuos están considerando comprar una corbata de la que ambos saben que es medio verde. Miran la corbata bajo diferentes luces y del mismo objeto, A profiere:] Ahora parece verde claro y bajo esta luz parece tener un toque de azul.

A pesar de que si atendemos al significado de la expresión proferida en (3), éste indicaría que hay un cambio real del color de la corbata cosa que no ocurre en (4). Si Grice puede mantener que las proferencias (3) y (4) expresan la misma proposición sin tener que señalar que con (3) no se afirma que haya un cambio de color real en la corbata es porque, en este caso, el contexto de la proferencia, el que los participantes sepan mutuamente que no se trata del color real de la corbata, permite el uso vago de las expresiones en cuestión. La parte del significado de (3) que sería diferente al de (4) se cancela, aunque la cancelabilidad en este caso no es una marca de la aparición de una implicatura no-convencional, entre otras cosas porque el contenido proposicional eliminado en (3) depende del significado convencional de las palabras [7].

Lo que todavía falta por mostrar es si la oración incluida en (3) puede fijar condiciones de verdad distintas en otro contexto. Consideremos (3'):

(3') [Dos individuos están considerando comprar ilegalmente un camaleón de los que el dueño de la pajarería tiene escondidos en la trastienda. A uno de ellos, el más grande, lo exponen a distintas luces y A profiere:] Ahora es verde claro y bajo esta luz tiene un toque de azul.

En este caso no se cancela el contenido cancelado en (3), a saber, que hay un cambio real de color. (3) y (3') incluyen la misma oración proferida en contextos distintos y expresan distintas proposiciones, independientemente de que en las proposiciones se hablen de objetos diferentes, sin que por ello Grice reconozca que la oración es ambigua. Lo que acepta Grice es un uso vago de la expresión oracional en (3) reconocible porque se le podría exigir a A que hablara más estrictamente. Con (3) y con (3') se dice algo diferente y la diferencia no se debe a que la oración sea ambigua. ¿Cuál es la motivación para considerar una explicación del comportamiento de (3) como la que he considerado? Parece que la única respuesta griceana disponible es que si no queremos que los hablantes digan algo que creen que es falso, debemos suponer que han hecho un uso vago de la oración incluida en (3). De hecho podrían haber hablado más estrictamente como ocurre con (4). Aparece una vez más una noción favorecida del decir en los textos de Grice [8].

En esta exposición se rechaza la posibilidad de cualquier explicación del uso vago de las expresiones tanto en términos de ambigüedad semántica de la oración, como en términos de implicaturas no-convencionales, mientras que se acepta que en esos usos la única explicación coherente es aquella que apuesta por una variación contextual del contenido proposicional. Este tipo de usos, relacionados con algunos de los estándares de precisión de los términos, nos muestran como Grice no encaja en la categoría de anticontextualista tal y como se traza en el artículo de Recanati.

Otro tipo de ejemplos usados por Grice que constituyen un fenómeno lingüístico similar al anterior es el que hace referencia a palabras concretas como “ver”. “Ver” admite usos vagos cuya explicación contextual debe hacerse al estilo del ejemplo anterior. Así, Grice nos dice que si consideramos la proferencia (5).

(5) [Dos individuos están conversando acerca de lo que le ocurre a Macbeth, el personaje de la tan conocida obra de Shakespeare del mismo nombre, en sus momentos de alucinaciones y A le recuerda a B:] Macbeth vio a Banquo.

Lo que A le dice a B no incluye la existencia del objeto que vio Macbeth porque en la fase en la que éste alucinaba Banquo estaba muerto, aunque la existencia del objeto visto es parte del significado convencional de “ver”. El contexto cancela ese contenido proposicional. Pero esto no justifica, según Grice (1978/1989: p. 44), la defensa de que haya un sentido de la palabra “ver” que no incluye la exigencia de que el objeto visto exista. “Ver” significa lo que significa convencionalmente y hay usos vagos de este término que no incluyen en lo que se dice todo su significado convencional. Lo que traducido al problema que nos ocupa es mantener que la palabra “ver” en distintos contextos puede determinar un valor semántico distinto sin que esto suponga que “ver” sea un término ambiguo. De hecho en un contexto diferente como el señalado entre corchetes en (5').

(5') [Dos individuos están conversando acerca de lo que le ocurre a Macbeth, el personaje de la tan conocida obra de Shakespeare del mismo nombre, al principio de la película que representa esta obra y A le recuerda a B:] Macbeth vio a Banquo.

Lo que A le dice a B incluye la existencia del objeto que vio Macbeth porque al principio de la obra Banquo no estaba muerto y por el significado convencional de “ver”, ésta es información dicha al no haber sido cancelada.

De nuevo, la motivación para considerar que lo dicho con (5) incluye menos que lo que las palabras convencionalmente significan apela a la idea de que si no queremos que los hablantes digan algo que creen que es falso, debemos suponer que han hecho un uso vago de la palabra “ver” en (5). El contexto nos permite usar la expresión de una manera relajada y no como se usa normalmente.

Las situaciones analizadas tienen en común que el interlocutor puede impelernos a hablar más estrictamente. Pero esto es algo puntual y no hace que la cancelación contextual de parte del significado convencional de la oración sea inadmisible como le ocurriría a las proposiciones implicaturadas convencionalmente. Pero entonces, ¿por qué no explica Grice de este modo las implicaturas conversacionales generalizadas que expresiones como “o” conllevan? ¿Por qué no explica así las diferencias entre (1) y (1')? Porque en estos casos lo cancelado es indesligable de lo que se dice. No se puede expresar un contenido proposicional disyuntivo sin hacer la implicatura en cuestión. Para no incluirla en el significado del hablante siempre tengo que cancelarla, mientras que sí puedo decir exactamente lo que digo con (3), por ejemplo con (4), sin tener que cancelar nada. Esto es, los usos vagos cancelan contenido proposicional desligable de lo que se dice mientras que las implicaturas conversacionales son indesligables: no se puede decir lo mismo sin que se haga la implicatura [9].

Para que el uso vago del lenguaje no sea un contraejemplo al PP, tendríamos que admitir que se trata de un caso bien conocido relacionado con la deixis. Cuando la oración incluye una expresión deíctica, expresa proposiciones diferentes en contextos diferentes sin ser semánticamente ambigua. Ésta es la única excepción al PP que admite un anticontextualista. Pero para el anticontextualista las expresiones deícticas son una clase finita de expresiones bien conocidas: pronombres personales, demostrativos, tiempo verbal, adverbios que indican localización en el espacio y el tiempo, predicados como “dar”, etc. No parece que entre las expresiones deícticas esté el uso vago, que en principio podría afectar a casi cualquier expresión, lo que le llevaría al anticontextualista a sostener que si no puede explicarlo como una implicatura, entonces es porque la oración es ambigua. Esto es justo lo que niega Grice y por lo que no se debe atribuir a Grice la defensa del PP [10].

Se podría pensar que el fenómeno descrito por Grice con los ejemplos (3) y (5) es paralelo al que los contextualistas denominan “indeterminación semántica”. Éste es uno de los fenómenos más esgrimido de la mano de los contextualistas a favor de una dependencia contextual del significado de todas, o casi todas, las expresiones que forman parte de nuestras proferencias y que no pueden subsumirse bajo la etiqueta de “casos bien conocidos y especificables”. La indeterminación semántica nos dice que el valor semántico de las expresiones varía de proferencia en proferencia al igual que ocurre con el valor semántico de los deícticos, aunque en el caso de la indeterminación semántica esta variación no se produce como una función de alguna característica objetiva del contexto estrecho, (contexto que incluye información del tiempo, el lugar y el hablante de la proferencia en cuestión), sino en función de lo que el hablante significa (Recanati, 2003: p. 56-58). De esta manera, las expresiones no tendrán un significado fijo, sino un potencial semántico que necesita del contexto para poder contribuir al significado de la proferencia. Sin embargo, encuadrar los usos vagos que hemos visto bajo este fenómeno no parece totalmente adecuado [11].

No obstante, Grice habla en algunos lugares del fenómeno de la vaguedad de las expresiones del lenguaje natural en términos que pueden ponerse en correspondencia con la indeterminación semántica. Veamos cómo se delinea la idea de vaguedad en uno de esos lugares.

Una de las críticas a las que se enfrentaron los filósofos oxonianos del lenguaje ordinario era que las expresiones en el lenguaje natural eran demasiado vagas como para poder constituir un punto de partida para el análisis filosófico. Por “vago” en este argumento se quería decir que hay casos en los que uno no sabe si puede aplicar una expresión particular correctamente, y que este desconocimiento no se debe a ignorar los hechos pertinentes. Esto es, la aplicabilidad de algunas expresiones es una cuestión indecidible, una cuestión que no está legislada lingüísticamente. Grice (1989: p. 177-178), al enfrentarse a esta crítica, admite esos casos en los que no se puede especificar completamente la aplicabilidad de la expresión aunque no ve en ellos ninguna traba para el proyecto de los filósofos del lenguaje natural. En efecto, para Grice este fenómeno no nos impide usar las expresiones que lo sufren en situaciones que en principio eran lingüísticamente indecidibles ya que en cada uso particular de tales expresiones los hablantes competentes sabrán, y no por factores lingüísticos porque si no serían decidibles, si ese uso es correcto y significativo. Lo único que nos impide la vaguedad del lenguaje natural es dar un conjunto de condiciones cuyo cumplimiento sea suficiente para la aplicación de una expresión, pero esto no impide que demos una caracterización abierta que incluya las situaciones donde es decidible la pertinencia del uso de la expresión y las situaciones donde no es decidible tal pertinencia, esto es, podemos dar una caracterización que no fije completamente el significado de una expresión sino que nos dé su potencial semántico. Sería una expresión con indeterminación semántica, un tipo de expresión.
Esta explicación de ciertas expresiones vagas junto a la de los usos vagos de expresiones constituye una prueba de que Grice no puede admitir el PP como una premisa fundamental de su teoría del significado ya que ni el que se digan cosas diferentes al usar una oración con una expresión vaga en contextos distintos ni el que se digan cosas diferentes al usar o no vagamente una expresión en una oración en contextos distintos se explica postulando la ambigüedad semántica de la oración.

4. Incoherencia teórica del PP con la teoría de las implicaturas

En el apartado anterior he demostrado que Grice no puede presuponer el PP ya que acepta casos que niegan explícitamente el principio en cuestión. En este apartado intentaré una estrategia distinta pero con el mismo resultado, esto es, demostrar que el PP es inconsistente dentro del marco teórico propuesto por Grice.

Recordemos rápidamente la argumentación de Recanati en “Contextualism and Anti-contextualism”. Allí se nos dice que hay un argumento a favor del anticontextualista que, aunque Grice no lo use de forma expresa, subyace a su teoría. En concreto, lo que el argumento afirma es que hay dos maneras de dar cuenta de una variación del contenido proposicional expresado por una misma oración en diferentes contextos, una semántica y otra pragmática [12]. La explicación semántica es la que recurre a la ambigüedad de la oración o de alguno de sus constituyentes y es la razón por la que Recanati infiere que el PP funciona como presupuesto de la posición griceana.
La explicación pragmática es aquella que utiliza implicaturas conversacionales y que, por aplicación del principio metodológico del NOM, es preferible a la explicación semántica.

Dado este marco general, lo que pretendo en este apartado es ver hasta qué punto se puede postular la necesidad del PP en la teoría de Grice sin que esto suponga excesiva violencia contra la propia teoría. Para ello empezaré identificando algunas piezas clave de la posición griceana:
P1: El significado total está compuesto por aquello que pertenece a la fuerza convencional de las palabras y por lo que no pertenece a la fuerza convencional. (Grice 1978/1989: p. 41).

P2: Los significados lingüísticos pertenecen a la fuerza convencional de las palabras. (Grice 1987/1989: p. 361).

P3: Las implicaturas conversacionales generalizadas no pertenecen a la fuerza convencional (Grice 1975/1989: p. 39).

A continuación criticaré la estrategia que Recanati identifica en Grice basándome en una lectura un tanto simplista de la misma, con el único objetivo de iluminar la crítica real que realizaré posteriormente. Analicemos el caso de (6) y (6'):

(6) [Víctor llama a casa de su amigo Juan para ver qué está haciendo, a lo que la empleada de hogar le contesta:] Juan tiene una cita con una mujer esta tarde.

(6') [Juan y María van a celebrar sus bodas de plata. Juan ha decidido sorprender a su mujer vistiendo sus mejores galas e incluso se perfuma. Ante tal comportamiento, un hijo de la pareja le dice a su hermano:] Juan tiene una cita con una mujer esta tarde [13].

La diferencia entre (6) y (6') está en que en (6) la mujer de la que se habla no mantiene una relación estrecha con Juan, (no es, por ejemplo, ni su mujer ni su hermana), mientras que en (6') la mujer involucrada es la esposa de Juan, Maria. Según el PP, la diferencia se debe a una ambigüedad semántica, tanto el que la mujer no mantenga una relación estrecha como el que la mantenga con Juan serían significados lingüísticos distintos de la misma oración proferida. Por lo tanto, teniendo en cuenta la segunda de las afirmaciones que se han identificado como pertenecientes a la teoría de Grice, P2, esos significados son parte de la fuerza convencional de las palabras, en este caso de “una”.

El siguiente movimiento en la estrategia sería decir que podemos explicar la variación de significado de la oración utilizando implicaturas conversacionales. Así, podemos decir que el significado lingüístico de la oración es que Juan ha quedado con una mujer con la que mantiene algún tipo de relación, dándose una implicatura conversacional generalizada en (6) y (6') que nos indica que dicha relación no es estrecha porque en caso contrario el hablante podría haberlo especificado usando, por ejemplo, la expresión “su mujer”. La diferencia está en que en (6') se cancela contextualmente la implicatura conversacional generalizada que indicaba que la relación no es estrecha. El problema surge cuando se tiene en cuenta que la teoría del significado en la que nos encontramos nos dice que las implicaturas conversacionales no pertenecen a la fuerza convencional de las palabras, P3. De esta manera, al tener disponibles las dos explicaciones, la pragmática y la semántica, nos encontramos que un mismo elemento del contenido de la proferencia, el que la relación que mantiene Juan con la mujer sea estrecha, pertenece a la fuerza convencional de las palabras y, a la vez, no pertenece a la fuerza convencional de las palabras.

Una forma de evitar la paradoja a la que nos lleva la lectura simplista del argumento consiste en decir que ésta se construye apelando a que ambas posibilidades sean reales, esto es, en mantener que el argumento sólo necesita que exista la posibilidad de las dos explicaciones sin que tengan que darse a la vez. El problema al que se enfrentaría Recanati en este caso es que entonces el NOM, que nos obligaba a postular el PP, es innecesario como demostraré a continuación.

La idea general está en que ambas posibilidades son, por las mismas razones de inconsistencia que hemos visto, mutuamente excluyentes.

Imaginemos que la diferencia de contenido proposicional de los ejemplos dados podemos explicarla diciendo que hay una implicatura conversacional generalizada en (6) y en (6') que sólo se cancela contextualmente en (6'). El contenido implicaturado conversacionalmente de manera generalizada depende de la expresión “una” y de aquello que la acompaña y se especifica señalando que el tipo de relación que mantiene Juan con la mujer no es estrecha. Para estar seguros de que es un contenido implicaturado de manera generalizada, éste ha de poseer ciertas características propias de las implicaturas conversacionales, en concreto, ha de poder ser explícitamente cancelable [14]. Así, (7):

(7) [Víctor llama a casa de su amigo Juan para ver qué está haciendo, a lo que la empleada de hogar le contesta:] Juan tiene una cita con una mujer esta tarde. Creo que tú la conoces, es su esposa.

Muestra la posibilidad de poder cancelar explícitamente en el mismo contexto de (6) parte del contenido que se expresara con (6) sin hacer que la proferencia sea ininteligible. Esto sugiere que no debemos explicar las diferencias entre (6) y (7) postulando que la oración sea semánticamente ambigua, ya que uno de los rasgos que nos ayudan a delimitar el contenido proposicional que depende de la fuerza convencional de las palabras es su no-cancelabilidad. Sin embargo, como hemos visto en el apartado anterior, hay ocasiones en las que el contexto nos permite cancelar cierto contenido convencional sin caer en contradicción y con objeto de salvaguardar la racionalidad del hablante o para que el hablante no diga algo que cree que es falso. Recuérdense los ejemplos (3) y (5) y cómo la explicación que allí se ofrecía no hace uso de implicaturas conversacionales como mostraba el hecho de que el contenido cancelado era desligable (vid. más arriba). De este modo, si en los ejemplos (6) y (7) hay involucrada una implicatura no-convencional, esta ha de ser indesligable.

No hay un único test para delimitar lo que pertenece a las implicaturas conversacionales, a las implicaturas convencionales y a lo que se dice, sino que lo que tenemos es una serie de tests o rasgos cuya confluencia nos permite distinguir entre los diversos ámbitos del significado del hablante. En concreto, una implicatura conversacional ha de ser, además de cancelable, indesligable en el sentido de que no se puede decir lo mismo en un mismo contexto sin producir la implicatura en cuestión siempre y cuando ésta no dependa de la máxima de modo (Grice, 1978/1989: p. 43). En el caso que nos ocupa el que la relación no sea estrecha es indesligable de lo que se dice en tanto diga como diga la empleada del hogar que Juan tiene una cita esta tarde en ese contexto se producirá la implicatura en cuestión: que la relación entre él y la mujer no es estrecha. El rasgo de la indesligabilidad al conjugarse con la cancelabilidad indica que el contenido cancelado no pertenece al significado convencional de las palabras.

Lo que tenemos, por tanto, son dos ámbitos diferentes y excluyentes en la noción de significado del hablante. El que tengamos disponible una explicación en términos de ambigüedad semántica o en términos de implicaturas conversacionales es una cuestión empírica que se comprueba mediante el test de la cancelabilidad y el test de la indesligabilidad. Si mantenemos el PP, en los casos en los que se aplique el PP no podremos hablar de implicaturas conversacionales y, por el contrario, si tenemos un contenido implicaturado conversacionalmente, entonces no podemos hablar de ambigüedad semántica para ese contenido. Sin embargo, la doble dirección no es real pues este principio se aplica en todos los casos en los que una misma oración se usa en diferentes contextos para decir cosas diferentes, con lo cual la alternativa de las implicaturas simplemente desaparece. Si evitamos la incoherencia en Grice, el NOM se vuelve innecesario porque no hay alternativas reales entre las que usar un principio metodológico como éste. Esto supone que Grice no debía entender que el NOM, como señala Recanati, exige postular un principio, el PP, cuya aplicación deja sin alcance al NOM.

Hasta ahora he demostrado que Grice no puede mantener el PP sin ser incoherente con su teoría de las implicaturas. Esto no supone una refutación a la propuesta recanatiana de que haya un argumento en apoyo del anticontextualismo falaz o insuficiente que hace uso del NOM y el PP. Lo que he demostrado es que dicho argumento no está en Grice aunque nada se ha dicho sobre aquellos griceanos que lo hayan usado explícitamente. Es más, con este apartado se refuerza la tesis de Recanati en el sentido de que cualquier griceano que mantenga, al menos, P1, P2 y P3 y que utilice un argumento basado en el PP a favor del anticontextualismo, que no es el caso del propio Grice como se ha visto, cometería no sólo una falacia sino que, además, su teoría sería incoherente.

5. Anticontextualismo, contextualismo y minimismo

Según Recanati (1994), hay tres posibilidades para explicar los ejemplos en los que con una misma oración se puede decir o expresar diferentes cosas dependiendo del contexto en el que se produzca la proferencia. Éstas son:

Considerar que la diferencia en contenido se debe a que la oración es semánticamente ambigua. Considerar que la diferencia en contenido en lo dicho por las proferencias, depende del contexto. Postular que la diferencia en contenido se debe a una implicatura conversacional que se da en unos contextos pero no en otros.

De éstas tres posibilidades disponibles, señala Recanati, el NOM sólo tiene fuerza para desestimar la primera (Recanati, 1994: p. 165). Por lo tanto, si el NOM sólo nos permite evitar la opción i., entonces tanto la opción ii. como la iii. están disponibles. Tener la opción ii. permite explicaciones contextualistas de las ambigüedades por lo que el debate entre contextualistas y anticontextualistas sigue abierto. Podemos no aumentar los significados lingüísticos si postulamos o bien la ambigüedad en lo dicho o bien en lo implicaturado.

Esto le lleva a Recanati a revindicar lo que considera un contextualismo débil, que él denomina “metodológico”, como futura vía para dilucidar el debate. Este contextualismo metodológico nos dice que debemos de diferenciar, por un lado, entre el significado lingüístico de una oración y lo que dice un hablante al producir una proferencia que incluya a dicha oración y, por otro lado, entre el significado lingüístico de una expresión contenida en una oración y la contribución que la expresión hace a la proposición que expresa esa oración cuando es proferida (1994: p. 166).

En los dos apartados anteriores he demostrado que Grice debe de rechazar el PP por lo que una explicación contextualista, la opción ii., debe estar, al menos en principio, disponible. Para seguir manteniendo que Grice es un anticontextualista deberíamos encontrar alguna otra razón por la que se justifique la eliminación de la alternativa contextualista por parte de Grice.

Sin embargo, parte del rechazo griceano al PP, como he argumentado en la tercera sección, se debe a que Grice explica ciertos fenómenos lingüísticos, el uso vago y la vaguedad, de manera abiertamente contextualista. Por tanto, aparte de no tener un argumento falaz en contra del contextualismo, Grice no tiene ningún reparo en abrazar ciertas explicaciones contextualistas, esto es, en mantener que hay diferencias de contenido en lo dicho que dependen del contexto. Grice no es anticontextualista.

La importancia de demostrar que Grice es un contextualista en cierto grado no radica únicamente en interpretar coherentemente a este autor, sino en que ello nos plantea la necesidad de revisar los términos en los que se produce el debate entre contextualistas y anticontextualistas.

Por ejemplo, el minimismo, la postura según la cual la diferencia entre lo que significa lingüísticamente una oración y lo que se dice con ella cuando la proferimos es mínima, suele considerarse el paradigma de anticontextualismo (vid. Carston (2002) y Recanati (2003b)). Sin embargo, está ampliamente aceptado, y parece estar fuera de toda duda, que Grice es un minimista con respecto a lo que se dice. Esta adscripción de Grice al minimismo parece estar fuera de toda duda si se tiene en cuenta que su teoría del significado, trazada como alternativa a las propuestas de su época (como, por ejemplo, a la de Strawson), se fundamenta en la idea, de corte minimista, de que hay una noción central, una significación primaria, en contraste con los significados secundarios que derivan de ella (Grice, 1989: p. 358). Por lo tanto, si queremos seguir manteniendo que Grice es un minimista debemos de plantearnos si hay algún tipo de minimismo en Grice, diferente a los identificados en la bibliografía, que sea compatible con el contextualismo que se ha señalado y si dicho minimismo es susceptible de las críticas que sus contrapartidas anticontextualistas han recibido.

La explicación que ofrece Grice de los ejemplos que vimos en la tercera sección nos sugiere los términos en los que debemos de replantear el minimismo para que sea una posición contextualista. En dicha explicación vemos que la motivación que permite una variación contextual de lo dicho en las proferencias en cuestión es mantener el supuesto de que los hablantes sean racionales, al menos en el sentido de que no digan aquello que creen que es falso. De esta manera, un minimismo respetuoso con el contextualismo podrá trazarse atendiendo no sólo a meros factores lingüísticos, como hacen los minimismos actualmente demarcados, sino a factores que tengan en cuentan que todos los niveles del significado del hablante son parte de una conducta racional y cooperativa. Este tema, sin embargo, escapa a los límites y pretensiones de este artículo.

6. Conclusión

Al considerar que Grice no mantiene el argumento anticontextualista que Recanati le endosa, nos encontramos con que Grice es un contextualista. Para demostrarlo he utilizado dos vías, una directa y otra indirecta. La vía directa consistía en sacar a colación una serie de casos que Grice analizaba en términos claramente contextualistas. Así, en los usos vagos de ciertas expresiones era el contexto el que nos permitía cancelar parte de la información lingüísticamente dada por la oración y, por otro lado, Grice reconoce que algunas expresiones no expresan un contenido independientemente del contexto. La segunda vía, la indirecta, pasaba por demostrar que los supuestos necesarios para que Grice fuera un anticontextualista, y apoyara el argumento contra el contextualismo cuyas premisas son el NOM y el PP, son incompatibles con su teoría del significado, en particular, con aquellos aspectos del significado que caracterizan a las implicaturas no-convencionales.

Hacer coherente esta lectura de Grice nos obliga a reconsiderar el panorama actual en la determinación de lo que se dice, planteándonos de qué manera se puede ser un contextualista sin necesidad de abandonar una postura minimista. El debate entre contextualistas y anticontextualistas no sólo está abierto, sino que parece ser más amplio de lo que actualmente se considera.

BIBLIOGRAFÍA

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9.     Grice, P.: 1969, “Utterer's Meaning and Intentions”, The Philosophical Review, vol. 78: 147-77 (Cap. 5 de Grice, P.: 1989 ).
10.  Grice, P.: 1975, “Logic and Conversation” en Davidson, D. y Harman, G. (eds) The Logic of Grammar, Encino, Dickenson, pp. 64-75 (Cap. 2 de Grice, P.: 1989).
11.  Grice, P.: 1978, “Further Notes on Logic and Conversation” en Cole, P. (ed.), Syntax and Semantics: Pragmatics, vol. 9: 113-27, New York, Academic Press (Cap. 3 de Grice, P.: 1989).
12.  Grice, P.: 1987, “Retrospective epilogue” en Grice, P.: 1989, Studies in the Way of Words, Cambridge, Harvard University Press, pp: 339-386.
13.  Grice, P.: 1989, Studies in the Way of Words, Cambridge, Harvard University Press.
14.  Recanati, F.: 1987, “Contextual Dependence and Definite Descriptions”, Proceedings of the Aristotelian Society 87:57-73.
15.  Recanati, F.: 1993, Direct Reference. From Language to Thought. Basil Blackwell. Oxford.
16.  Recanati, F.: 1994, “Contextualism and anti-contextualism in the philosophy of language” En Tsohatzidis, S. (ed.) Foundations of Speech Act Theory, 156-66. London and New York: Routledge.
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22.  Travis, C.: 1989, The Uses of Sense, Oxford: Clarendon Press.
23.  Waismann, F.: 1951, “Verifiability”, en A. Flew (ed.), Logic and Language, 1st series, Oxford: Basil Blackwell, 17-44.

Notas a “El contextualismo y P. Grice”

[1] Si los actos de habla son proferencias en contexto, entonces la propuesta de Grice del significado del hablante como un significado de las proferencias-tipo estaría relacionada con proferencias sin considerar el contexto, lo cual efectivamente le haría pasar por un anticontextualista. Pero, ¿cuál es la noción de proferencia de Grice? En (Grice 1969/1989: 92) se entiende por “proferencia” cualquier acto o realización que tenga o pudiera tener significado no natural. Por lo tanto, la noción de proferencia en Grice ya incluye al contexto y equivaldría a la noción de “proferencia en contexto” usada por Recanati (1994).

[2] Estas dos razones dejarían la posibilidad todavía de oraciones eternas: aquellas que no incluyeran ni términos singulares ni conceptos empíricos. Ejemplo: “Algunos triángulos son equiláteros”. Para que esta oración no sea eterna uno tiene que defender las otras tres razones (Recanati, 1994: 159).

[3] Para las críticas a la existencia de oraciones eternas consultar, entre otras, Waismann (1951), Austin (1971), Searle (1978, 1980), Cohen (1980), Fauconnier (1985), Travis (1985, 1989) y Recanati (1987).

[4] En trabajos posteriores a 1994, Recanati ha ampliado la caracterización de este debate distinguiendo varias posturas en cada uno de los bandos. Este enriquecimiento nos muestra que la diferencia entre contextualistas y anticontextualistas no está tanto en qué es lo que se considera portador primario del contenido como en los tipos de procesos pragmáticos de interpretación que se admiten en la determinación de lo que se dice. De esta manera, los anticontextualismos más moderados, como el minimismo, admiten procesos pragmáticos en la producción de lo que se dice siempre y cuando estén guiados lingüísticamente (procesos denominados obligatorios), mientras que rechazan todos los procesos guiados contextualmente como, entre otros, el enriquecimiento, la vaguedad y la transferencia. La admisión de estos procesos, que se engloban bajo el fenómeno de la modulación, es la característica común a todos los contextualistas (Recanati 2003a, 2003b). No obstante, los términos en los que se produce la confrontación entre ambas posturas no afecta al argumento anticontextualista que Recanati atribuye a Grice.

[5] Esta argumentación es una elaboración de la que estaba contenida en el capítulo trece de Direct reference (Recanati 1993: 236-240).

[6] El uso vago de ciertas expresiones se da cuando utilizamos en un contexto particular una expresión para dar una información menos específica que la que el significado convencional le atribuye. Se trata por lo tanto de una característica que se da en el marco de las proferencias y que no hay que confundir con la vaguedad de significado de ciertos términos, que es una propiedad semántica, pese a que el proceso por el que se determina la contribución de un término semánticamente indeterminado sea pragmático. Tengo la esperanza de que la sutileza de esta distinción se vuelva más nítida a lo largo de esta sección.

[7] Se podría pensar, entonces, que el contenido proposicional eliminado es una implicatura convencional. De hecho, (3) y (4) muestran que se puede decir lo mismo en un mismo contexto sin que siempre se involucre a la implicatura convencional, esto es, este último contenido es desligable; rasgo característico de las implicaturas convencionales a diferencia de las implicaturas no-convencionales que no dependan de la explotación de una máxima de modo. El problema es que Grice (1961) admite que las implicaturas convencionales no son cancelables. Surgen así ejemplos cuyo contenido no dicho es desligable y cancelable, rasgos que no tienen conjuntamente ni las implicaturas convencionales ni las no-convencionales. La opción que quedaría en la propuesta de Grice es que sea una presuposición pero las presuposiciones en Grice son indesligables y no cancelables y además tienen que ser verdaderas para que se pueda decir algo.

[8] Esta noción favorecida del decir ya apareció en relación con la noción de implicatura convencional (Grice 1975).

[9] Carston, (2002: p. 333), mantiene que en Grice no hay una explicación de los usos vagos aunque sí de los usos metafóricos. Por lo tanto, al considerarlos ella el mismo tipo de fenómeno, piensa que Grice explicaría los usos vagos como una implicatura conversacional debida a la trasgresión de la primera máxima de calidad. Como hemos visto, Grice tiene otra explicación de los usos vagos. La alteridad de esa explicación griceana es reconocida por Bach (1994: p. 141) aunque la considera como un indicio de la existencia de implicituras conversacionales. El que los usos vagos tengan rasgos diferentes a los que determinan las implicaturas no-convencionales nos muestra, por un lado, que esos usos no deben equipararse, al menos en Grice, con los usos metafóricos y, por otro lado, que no pueden considerarse implicituras conversacionales ya que éstas tienen los mismos rasgos que las implicaturas.

[10] Otra forma de hacer compatible esta explicación con el PP sería utilizar una semántica interaccionista y postular que lo que tenemos es otro tipo de ambigüedad semántica que se debe a cómo interactúan los componentes de la oración (Cohen, 1986). Sin embargo, como hemos visto la explicación griceana no apela a factores lingüísticos sino a un contexto más amplio. En concreto, en (3) no se cancela la idea de que haya un cambio de color real porque algún otro componente nos lo indique, sino porque tanto el hablante como el oyente saben que no hay un cambio real. De ser de otra manera, en (3') tendríamos el mismo contenido que en (3), a saber, que el cambio de color es sólo aparente.

[11] Vid. nota 6.

[12] Aunque es en parte la carga teórica de estos conceptos lo que me induce a usarlos en este contexto, no deseo expresar con ellos más de lo que se dice expresamente.

[13] La elección de estos ejemplos, basados en los contenidos en “Logic and Conversation”, puede parecer desafortunada ya que cuando Grice los explica parece utilizar una estrategia como la que estamos intentando demostrar que no puede tener (1975/1989: 37-38). Sin embargo, creo que las escuetas líneas de dicho artículo deben de leerse a la luz de los desarrollos posteriores de la teoría (1978, 1987), en donde se introduce la Navaja de Occam Modificada y se hace más claro por qué no debemos de “confiar” en el filósofo que utilice ciertas explicaciones.

[14] También ha de ser contextualmente cancelable, rasgo que se cumple en (6').


* Una primera versión de este trabajo fue presentada en Granada en el seminario “TeC” el 16 de Octubre del 2003. Agradezco los comentarios y sugerencias de todos los asistentes. Especial mención merece Esther Romero por sus continuas observaciones.


Manuscrito recibido: 2004.01.28

Versión final: 2004.08.03

BIBLID [0495-4548 (2004) 19: 51; pp. 339-354]

* José E. CHAVES cursa estudios de doctorado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Granada. Su línea de investigación se centra en la Filosofía del Lenguaje, especialmente la pragmática. En dicha línea ha publicado un artículo titulado “Significado y Comunicación” en Diánoia (Vol. .XLVIII, Nº 50: 69-83).

ADDRESS: LOGOS Universidad de Barcelona, Baldiri Reixac, 4-6, Torre D, 4, B2, 08028 Barcelona, España. E-mail: josechp@fedro.ugr.es.

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